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Barriales

  • Foto del escritor: Francisla Martinez
    Francisla Martinez
  • 20 may 2020
  • 2 Min. de lectura



 

Fuimos al lago. Uno que se ve como un gran charco de agua marrón, claro que uno no puede esperar otra cosa porque el lugar le hace honor al nombre: Barriales.  Que otra cosa que no sea barro podríamos esperar.  Un lugar naturalmente inhóspito, me pregunto siempre porque todos se empeñan en ir.  Luché antes de salir hasta definir que traje de baño iba a usar, que tanto iba a mostrar, cuál era el color que iba con mi ánimo ese día. Decantó la decisión en un negro opaco, unas estrellitas de adorno eso si, después de todo estamos en vísperas de navidad. Plateadas las estrellas, nunca doradas.  Me pregunto siempre que tanto de frívolo hay detrás de la selección del vestuario.  Por momentos me resulta incompresible el estar bajo el sol rotundo, sin escapatoria. Todos ahí nucleados, casi amontonados.  Sé que al final del día voy a tener una recompensa, sé que el atardecer va a traer alivio y va a justificar las seis horas anteriores a esos diez minutos de gracia cuando el sol baje en el horizonte, desaparezca del cielo, se pinte  el lugar entero de un rosa de cuento. A mi que me encanta el blanco y negro se me hace difícil sacarle el color a lo que veo.  A veces no me conformo con nada, otras me deleito con muy poco. Una imagen, un regalo pienso. Una más entre miles tomadas en ese charco de barro extenso, a contraluz las personas aparecen como otros testigos frente a eso, me gustaría saber si ellos también lo están viendo o si solo soy yo la que busca metáforas en lo que se me presenta, que adivino milagros hasta en lo más terreno.  Un oasis en este Neuquén que a esa altura de la barda se presenta como un desierto. 

 
 
 

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